Los padres tenemos tendencia a “etiquetar “a los hijos. Ponemos “etiquetas” positivas y negativas y lo hacemos sin ser conscientes del enorme poder y efecto mágico que , para bien o para mal, puede tener dicho “etiquetado”.
“Eres…bueno, malo, vago, estudioso, egoísta, desobediente, tímido, colaborador, tarambana, inconsciente, listo, torpe, empanao…“
Con la repetición de estas y otras palabras “etiqueta” que en definitiva reflejan nuestras expectativas, ponemos en marcha el llamado efecto Pigmalión.
Pero ¿Cuál es el origen y en qué consiste el efecto Pigmalión?
Según la mitología, Pigmalión, fue un antiguo rey de Chipre y hábil escultor. Buscando la mujer perfecta y el ideal de belleza, esculpió una estatua de marfil tan bella, que se enamoró perdidamente de ella. Su enamoramiento fue tan grande, que Pigmalión rogó a los dioses para que le diesen vida y poder amarla como a una mujer real. La diosa Venus decidió hacer realidad sus expectativas y dio vida a la estatua convirtiéndola en compañera y amante de Pigmalión.
Podríamos decir que Pigmalión junto a Gepeto, padre de Pinocho, son los abanderados de dicho principio. Los dos creyeron y quisieron dar vida a sus “hijos” y al final lo consiguieron.
El Efecto Pigmalión, adquiere mayor fuerza entre padres sobre hijos y entre profesores sobre alumnos ya que las expectativas y creencias que tengan dichos adultos sobre los niños y adolescentes, influirán decisivamente en sus actitudes, comportamientos y conductas en el ámbito familiar y escolar.
Cuando un niño es consciente de que sus padres esperan que tenga un mal comportamiento tendrá más disposición a tenerlo y también ocurre a la inversa. Si a mi hijo lo tengo “etiquetado” como desobediente y dicha etiqueta “suena” muchas veces, mi hijo tenderá a cumplir esa expectativa y será cada vez más desobediente. Sin embargo, si a mi hijo le transmito mi confianza y mis expectativas positivas sobre su obediencia, será más obediente.
Si mis palabras para marcharnos del parque cuando sea la hora son: “No seas desobediente cuando te llame para irnos”, posiblemente no me haga caso, pero si le digo:”Se que serás muy obediente cuando te llame para irnos” posiblemente me hará más caso.
Aprovechemos por tanto esa energía que los hijos y alumnos ponen en marcha para adaptarse y cumplir lo que se espera de ellos, para sentirse tenidos en cuenta positiva o negativamente.
Y ¡Cuidado con el etiquetado!, pues los niños y adolescentes desarrollan su autoconcepto y autoestima en función de las expectativas, creencias y confianza que depositan en ellos las personas de referencia de su entorno.
Para terminar os dejo a padres y educadores, algunas sugerencias para aprovechar el efecto Pigmalión positivo y realizar un buen “etiquetado”:
- Utilizar más el etiquetado positivo en vez del negativo. Si quiero conseguir que mi hijo sea más obediente tendré que resaltar y “etiquetarlo” en esos momentos en que mi hijo ha sido obediente; “Que obediente has sido cuando te he llamado”.
- Cuidado con poner expectativas demasiado altas o con poner etiquetas positivas equivocadas, pues el esfuerzo de los niños o adolescentes por mantener la etiqueta y cumplir las expectativas paternas puede bloquearles y desmotivarles.
- Etiquetar el hecho o conducta en concreto y no a la persona. Podemos decir; “Para este examen no te has esforzado” en vez de “Eres un vago”, “En esta ocasión no has pensado en las consecuencias” en vez de “eres tonto”.
- Utilizar “etiquetas” variadas para fomentar actitudes, comportamientos y conductas diferentes. Si cuando mi hijo o alumno me enseña un trabajo le digo: “Me gusta la creatividad que has demostrado montando estas fotos, eres muy creativo”, seguro que con el próximo trabajo se esforzará por seguir siéndolo.
- Evitar “etiquetar” negativamente a los alumnos, ya que estas etiquetas con sus efectos negativos, se pueden transmitir a otros profesores, a los padres e incluso a los propios alumnos. Los niños cambian mucho, y en ocasiones cambian más rápido que las etiquetas que les pongamos.
¡Hasta la semana que viene!