Cuando una enfermedad entra en casa, lo normal que todos nos centremos en el cuidado y atención del paciente. Haciendo que la estructura familiar y su día a día se vea de alguna manera alterado.
Es en ese momento cuando adoptamos el “rol de cuidador”. Surgen cambios: horarios, adaptación del hogar, visitas al hospital… En definitiva un giro de 180 grados que afecta tanto al paciente como al entorno familiar….
Genera un enorme cambio; a nivel laboral puesto que hay quienes tienen que solicitar una excedencia o incluso dejar su puesto de trabajo por la imposibilidad de poder compatibilizar sus horarios.
¿Quién cuida al cuidador?
A su vez es un problema económico, es posible que se tenga que hacer un gasto extra en el hogar (cama articulada, silla de ruedas…) para facilitar la calidad de vida del paciente. Por otra parte a nivel emocional del cuidador, quien hace mucho esfuerzo porque el paciente esté bien, que su calidad de vida sea lo más óptima posible.
A nivel familiar, se intenta que todo siga como hasta ahora, que la rutina diaria de la familia, no sufra demasiadas variaciones.
Toda ésta “carga” puede derivar en sintomatología depresiva: cansancio, irritabilidad, bajo estado de ánimo, frustración, ansiedad, rabia… Incluso al cuidador principal se le llega a recriminar de que “abandona a su familia”.
Es un gran desgaste tan a nivel físico como a nivel psicológico. Nos centramos en el cuidado del paciente, pero la pregunta es: ¿quién cuida del cuidador?
El cuidador está tan metido en su papel, que no se dedica ni cinco minutos para el mismo. Es importante derivar tareas, es bueno aceptar la ayuda de los demás, no es signo de debilidad. Distribuir las tareas diarias, permite poder hacer las cosas con mejor calidad, y lo que es más importante poder dedicarnos tiempo a nosotros mismos, que de cierta manera “continuemos con nuestra vida”.
Es importante cuidarnos para poder cuidar.