“Si la vida te da limones, haz limonada”, “Si la vida te da limones, pide tequila”, “Si la vida te da limones… no te empeñes en hacer mermelada de fresa”.
La primera, atribuida al multimillonario norteamericano Donal Trump, guarda el secreto de su inmensa fortuna. La segunda, de autor desconocido, sale por la tangente cien por cien desenfadada, y la tercera, de mi propia cosecha, recoge una filosofía de pie de obra que intento poner en práctica, tanto en mi vida personal como profesional.
Por lo visto no era la primera vez que la monitora de esquí hablaba con estos padres, grandes aficionados, para decirles que a su hijo de siete años no le gustaba nada este deporte, que de momento no tenía aptitudes ni ganas de practicarlo, y que tras tercer año consecutivo de intento en vez de disfrutar y divertirse sufría y lloraba lo indecible. Imposible continuar con las clases.
Escuchaba esta conversación desde la mesa de al lado, pero pude sentir el desgaste familiar que les estaba suponiendo a estos padres su empeño en “hacer mermelada de fresa con su hijo limón”. ¡Con la de deportes que hay en el mundo! Pensé. Pero en esos momentos, a estos padres se les acababa de romper sus expectativas y deseos de tener un hijo tan buen aficionado al esquí como ellos, un sueño roto que no parecían muy dispuestos a aceptar.
Es lógico que los padres tengamos nuestros buenos deseos y expectativas respecto a los hijos. Me gustaría que fuera: buen estudiante, espabilado, simpático, cariñoso, educado, respetuoso, listo, guapo, deportista, popular, bueno, médico, responsable, ingeniero, rico…
Pero cuando nos empeñamos en hacer mermelada de fresa con nuestro “hijo limón” porque las expectativas paternas sobre los comportamientos y logros son demasiado altas, o porque presionamos para satisfacer nuestros deseos y necesidades de padres sin respetar, ni tener en cuenta a los propios hijos, puede resultar muy negativo. Puede dar lugar a que éstos tengan la sensación de “no estar nunca a la altura”, a un clima familiar de insatisfacción permanente y a autoestimas poco afianzadas porque en definitiva todos los niños necesitan saber y experimentar que sus padres están orgullosos de ellos.
“Si la vida te da limones, haz limonada”, no significa que no se intente conseguir las cosas, ni que los padres tengamos que resignarnos y dejar que nuestros hijos sean o hagan lo que quieran porque “son así” sino que refuerza la necesidad de educarles y trabajar con ellos para mejorar y superar sus debilidades y potenciar sus fortalezas. Para conseguirlo, es importante aprender a “mirar” a los hijos, conocerlos, respetarlos, aceptarlos como son y aprender a superar las pequeñas frustraciones e insatisfacciones que sentimos cuando no cumplen nuestras expectativas o no son como habíamos deseado que fueran.
Con mucho cariño, os dejo algunas ideas que pueden ayudar a no empeñarnos en “hacer mermelada de fresa con nuestro hijo limón” :
*Conocer y respetar a nuestros hijos; su personalidad, su forma de ser con sus debilidades y fortalezas.
*Trabajar sus limitaciones y potenciar sus fortalezas desde el respeto, teniéndoles en cuenta como las personas que son, no como lo que deseamos que sean.
*Evitar poner altas expectativas imposibles de cumplir. No pidas ni esperes más de lo que realmente pueden dar en ese momento.
*Tener paciencia y no presionar. En muchas ocasiones lo que queremos y deseamos llega, pero con el tiempo y trabajo necesario.
*No proyectar en los hijos los deseos no cumplidos, las ambiciones no alcanzadas o los sueños rotos. Seguro que ellos tienen los suyos propios.
*Escucharles, observarles y conocer sus deseos e intereses nos ayudará a potenciar y acompañarles en el desarrollo de todo su potencial.
*Para querer y estar orgullosos de nuestros hijos, no tienen que ser triunfadores, ni los mejores en todo. Lo importante es su felicidad, que se sientan bien con ellos mismos y en esto los padres tenemos un papel decisivo.